16 agosto 2013

Deja que Dios sea Dios – Claudio Freidzon


A veces, se puede creer que uno es cristiano por el solo hecho de haber nacido en un hogar de padres creyentes, o de haber tenido algún pariente pastor. Para entrar en la familia espiritual de Dios y ser seguidor de Cristo, la condición es aceptarlo. Y esto es por gracia. Para el Señor, su propósito número uno, es que crezcas de tal manera que alcances a reflejar a Jesús en la tierra (Romanos 8:29).
¿Cómo reflejar a Cristo?
A medida que pases tiempo con Él, leyendo su Palabra, sin que te des cuenta, comenzarás a mejorar en tu carácter y forma de ver la vida. Comenzarás a notar el fruto del Espíritu Santo en ti. La santificación se produce por el acercarse y dejar que Él obre en tu vida.
Cuando, en el huerto del Edén, el hombre desobedeció, la humanidad comenzó una decadencia que fue borroneando la imagen de Dios que había en ellos. Fue cambiando la obediencia por la rebeldía, la generosidad por el egoísmo, etc...
Hoy, a través del sacrificio de Jesús, tenemos el privilegio de ser salvos y de haber sido adoptados por el Señor. Es allí donde ha comenzado ese proceso de santificación y transformación. Sin embargo, no podemos olvidar que somos imperfectos, aunque intentemos mejorar con todas nuestras fuerzas. Cuando uno entiende su imperfección, también tiene la posibilidad de recibir la ayuda de Dios. Entonces, es allí donde podemos llegar a ser mejores por su misericordia.
Cada vez que leemos su Palabra, somos reflejados por su imagen. Pero cuando vienen los problemas, ¿cuánto de lo que leemos lo aplicamos? Es allí donde se ve el fruto del Espíritu Santo.
Sin dudas, si obedecemos a la voluntad de Dios, las circunstancias de la vida te enseñarán a reaccionar como Jesús. Y donde anteriormente tenías mal carácter, ahora vas a comenzar a experimentar alegría y mansedumbre.

La importancia de predicar en casa
El apóstol aquí, habla de Jesús como el centro de nuestra fe. Pero también habla del pueblo escogido, Israel, su nación. Uno de los mejores capítulos de la Biblia es Romanos 8, donde Pablo hace una declaración incomparable del amor de Dios (Romanos 8:33 y 8:37-39). Sin embargo, ni bien comienza el capítulo 9, el apóstol parecería que es otra persona escribiendo; totalmente derrumbada y entristecida.
Esto puede parecerse a cuando uno viene a una reunión y se va feliz, lleno del Espíritu Santo, pero al entrar a su casa comienzan los reclamos y las peleas. Y todo lo que había recibido parece esfumarse. Pablo pasa de estar eufórico a todo lo contrario porque recuerda a sus parientes y seres queridos que cada vez más se oponían al evangelio.
Este es un ejemplo que nos permite entender lo que puede ocurrirnos a nosotros mismos. Hoy podemos volver a darle importancia a quienes todavía no conocen a Cristo y no dejarlos de lado, sino, más que nunca, acercarnos y darles todo nuestro amor.
 Tu desafío abarca a quienes no comparten el evangelio en tu propia casa, vecinos o compañeros. Dios quiere que renovemos nuestra carga por predicarles y serles de buen testimonio, para poder así acercarlos al Señor.
La relación por sobre la religión
Dios siempre buscó tener comunión con el hombre. La verdadera religión no es tenerlo colgado en una cruz sino más bien de caminar con Él y vivir tomado de su mano.
La historia de Israel comenzó con Abram. Él vivía entre los caldeos, hasta que un día, recibió una promesa de parte de Dios a los 75 años de edad. Esa promesa incluía alejarse de su comodidad y prepararse para recibir una tierra fértil en abundancia y bendecir a través de su descendencia, a todas las naciones de la tierra. Desde allí el pueblo de Dios comenzó a experimentar milagros y maravillas de todo tipo, así también como disciplina. Ellos portaban la presencia de Dios a través del tabernáculo.
 Mucho tiempo después, de entre su pueblo, nació Jesús, el Mesías. Pero ellos no lo aceptaron. A los suyos fue y no le recibieron. Por lo tanto, Dios comenzó a buscar a quienes no formaban parte del pueblo de Israel para que formaran parte también de la herencia de bendición que había sido prometida a Abraham. Hoy mismo, Dios está buscando personas a quienes llenar de su presencia. Tú eres portador de la bendición. La clave de este capítulo tiene que ver con cumplir la voluntad de Dios. Aunque no seas perfecto y hasta sientas que eres lento para el proceso de cambio, Dios es fiel y misericordioso y ha elegido bendecirte.
La ley y los mandamientos de Dios han sido revelados no para un beneficio privado, o solo para un pueblo, sino para que la compartan con el resto del mundo. Los israelitas eran los que tenían las buenas noticias, los que tenían que ser de bendición. Debían aprender del error y sujetarse siempre al Señor. Aunque muchos no actuaron como debían, siempre hubo un remanente fiel que buscaba cumplir verdaderamente con la voluntad de su Creador. Hoy es nuestro turno, quienes siendo judíos o gentiles, hemos creído en Jesús y estamos dispuestos a seguirle. Somos los mensajeros, a quienes se nos ha dado la revelación. Y por más que podamos encontrar miles de libros que pretendan transmitir una nueva doctrina, o revelación, no dejan de ser del montón. El único que salva, transforma y da vida eterna es Dios. No hay gurú o persona que supere la sabiduría que encontramos en la Biblia.

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